Creo que llegué a admirarle, antes incluso de conocerle. Había visto parte de su obra y le había escuchado en la radio municipal, reivindicando la reapertura de su museo de Aguilar de Campoo. Corría el año 2003 y entonces ya me pareció un hombre bueno. Más tarde descubrí que Ursicino Martínez, Ursi, para los amigos, era mucho más que eso.
La primera vez que hablé con él fue para realizar un reportaje. Me recibió, como no podía ser de otro modo, en su taller, trabajando, como siempre. Esculpía un material poco frecuente en él: alabastro. Estaba dando los últimos retoques a la silueta de una Virgen sobre un racimo de nubes.
Me impresionó su sencillez, su afabilidad, sus ojos despiertos, llenos de vida, su fortaleza… Creo que enseguida conectamos. Recuerdo que le robé toda la tarde. Nos sentamos junto a su mesa de trabajo rodeados de buriles y cinceles, del olor a serrín y a madera, que se confundía a ratos con el aroma de su tabaco negro de liar. Me ofreció uno y así, como si me conociese de toda la vida, empezó a desgranarme retazos de su historia: de su infancia en Villabellaco, de su juventud en la mina, de sus viajes, de su familia, de sus amigos… Me narró miles de anécdotas: como la del billete de 100 pesetas, que más adelante le oiría contar cientos de veces.
Al día siguiente me llevó a su museo, pero antes, me abrió las puertas de su casa, me ofreció café y me presentó a su esposa, Ángeles. Una mujer discreta, amable, sin duda, su apoyo, su respaldo en la sombra…
Entrar en el museo de Ursi, por aquel entonces cerrado, fue para mí como hacer realidad algo muchas veces anhelado. Fue como si entrase en un mundo repleto de fantasía, de imaginación… En un universo utópico, en el que los olmos viejos, enfermos, recobraban vida.
Supongo que cualquier persona que haya visitado el museo tendrá su pieza favorita. Lo cierto es que es muy difícil elegir, pero mis ojos se fijaron desde el primer instante en su tronco anudado. Casi me hizo creer, que no tenía ningún misterio, que plantaba los árboles en verde y cuando aún estaban creciendo les daba la forma adecuada, luego tan sólo era cuestión de regar, cuidar y esperar. Ursi, era así, le encantaba bromear, creo que disfrutaba oyendo los comentarios de la gente, observando su perplejidad ante sus árboles torcidos, sus “chistes”, como él los llamaba.
Después de aquel primer contacto he visitado el museo más de una veintena de veces y siempre encuentro algo nuevo, sorprendente. Estoy convencida de que Ursi era un verdadero genio, y como tal dejó un pedacito de sí en cada una de sus obras. Me queda ese consuelo, porque al irse hemos dejado tantas conversaciones pendientes, tantos recuerdos, tantos proyectos… que siento que le debo algo. Sé, eso sí, que cada vez que cruce la puerta de su museo, le sentiré allí, como siempre, con sus manos curtidas por el trabajo, su tabaco de liar y su sempiterna sonrisa. Hasta siempre, amigo, hasta siempre, Ursi.
ESCUCHA EL REPORTAJE EMITIDO EN RADIO AGUILAR F.M. en 2004 (si te apetece ;-)
Nota: Escribí este texto para el periódico Carrión al poco tiempo de morir Ursi (2007), nunca llegó a publicarse. El reportaje, se emitió en Radio Aguilar F.M en 2004, si no recuerdo mal, lo hice con la ayuda de Carlos. Ha llovido mucho desde entonces, Ursi, ya no está, sí su obra y todo su legado. Si os acercáis a Aguilar de Campoo, no olvidéis visitar su museo. Ahora sí está abierto.