Matías siempre tuvo claro que quería ser médico. No por trabajar en un gran hospital, ni para enriquecerse abriendo una consulta en el pueblo. Para él, apellido y posición, no tenían ninguna importancia, simplemente, los había heredado. Su vocación surgía de una curiosidad innata e inagotable y de un desmedido afán por ayudar al prójimo. Era un hombre austero y carente de vicios. No frecuentaba la tasca, no fumaba, nunca se le vio en una timba y, para desgracia de muchas, no prestaba demasiada atención al sexo opuesto. Su pulcritud en el vestir, su cabello siempre como recién cortado, con la raya milimétricamente peinada a cuatro dedos de la oreja izquierda, su porte esbelto y sus gestos sutiles, ocasionaban que algunos le tachasen de maricón y que el resto le tomase por un seminarista. Nunca hizo caso de habladurías.
Marchó a estudiar Medicina a Madrid. Cuando acabó la carrera, cumpliendo un sueño, regresó al pueblo y, sin pretenderlo, pasó a ser D. Matías, el médico. Ya nunca más se desprendió de aquel tratamiento de respeto. Hacía las veces de médico y de veterinario. Lo mismo te curaba una gripe, que entablillaba la pata a un caballo o te preparaba un ungüento de miel para las quemaduras. Combinaba a la perfección lo aprendido en la capital, con el saber adquirido después de años escuchando a los más ancianos del pueblo. Para los vecinos y para la gente de los pueblos cercanos, en plena Montaña Palentina, era mucho más sencillo acudir a D. Matías que recorrer 20 o 30 kilómetros en el coche de San Fernando, hasta llegar a la cabecera de comarca. Además nunca cobró por sus remedios, si acaso, aceptaba unas cebollas, un conejo, unos huevos o un bizcocho recién sacado del horno. Durante sus más de 50 años de ejercicio práctico, atendió todo tipo de casos.
Sin duda, el más complejo y emotivo fue su primer parto. Matías apenas era un estudiante de segundo de medicina, que se encontraba en el pueblo pasando las vacaciones de Navidad. Se había levantado pronto y andaba leyendo un manual de anatomía, al calor de la lumbre. Fuera, copos de nieve como trapos, comenzaban a cuajar, tras la helada de la noche anterior. Los vecinos, convenientemente abrigados, calzados con albarcas y pala en mano, iban abriendo pequeñas sendas.
De improviso, algo tapó la ventana, tamizando la entrada de luz. Matías alzó la vista del libro y vio tras el cristal, la figura de un caballo percherón, pardo, de robustas patas. No podía distinguir al jinete, pero sí reconoció de inmediato su voz, llamándole a gritos.“¡¡¡¡Matías, Matías, corre, que ya viene, que ya viene!!!””. Era Sebastián, el pastor, no cabía duda, pero ¿qué demonios andaba gritando? ¿quién venía? No entendía nada.
Foto: Carlos / invierno 2009
En Potes hay una estatua al medico rural,sin duda habia que tener vocación.
ResponderEliminarAbrazos.
Yo creo que los médcos en los pueblos eran como dios!! se le tenia y tiene mucha fe.
ResponderEliminarYo también quiero saber quien venia!
Un abrazo Carzum
Sin duda la figura del médico rural se merece un reconocimiento.
ResponderEliminarEsperamos con impaciencia la llegada de quien quiera que ha de llegar
Que buena gente eran esos médicos de pueblo, pendientes de todo y de todos.
ResponderEliminarEsto se está convirtiendo ya en costumbre, quedarnos a medias!!
Esperaremos a mañana a ver que venía.
Un beso.
Pd. Te ha gustado el paseo por Cáceres eh!!...Pues ya sabes a verlo “in situ”
Pues yo tengo una idea acerca de qué se trata, pero no voy a decirlo aun. Esperare a ver si he acertado.
ResponderEliminarMadame, que tiempos en los que a los medicos y a los maestros rurales se les pagaba a veces en especie. Cuánta vocación había que tener, pero precisamente por ello debian de sentirse bien compensados.
Buenas noches
Bisous
Como siempre me dejas con las ganas de seguir leyendo Carzum, bueno imagino que los gritos del pastor lo que significan...!qué bonito relato, sigue "porfa".Un beso desde Asturias.
ResponderEliminarAnda Fosi, tienes razón, no había caído y mira que he estado veces en Potes... Sí, sin duda, merecen un pequeño homenaje. Abrazos ;-)
ResponderEliminarHola Arena, sí, ya sabes, en los pueblos antes el médico, el cura y el maestro eran la autoridad. Esta vez le ha tocado al médico. Abrazos ;-)
Jeje, sí, Fermín, ésta sólo tienes dos partes, así que no habrá que esperar mucho... Abrazos ;-)
Hola Laura, sí, me encantó el paseo por Cáceres, a ver si encuentro un hueco para acercarme. Abrazos ;-)
Jeje, seguro que ha acertado Madame, ya verá, y sí, era pura vocación. Abrazos ;-)
Hola Marcelino, espero que vaya todo bien por Oviedo. No te preocupes que éste solo tiene dos partes, va rápidito, ya verás. Abrazos ;-)
El medico rural no era propiamente un medico siempre actuó como el mas completo representante de la medicina, ya que lo mismo se tenia que poner hacer una operación urgente donde estaba la vida del paciente,como saber hacer hacer esas recetas maestras que pocos médicos en esas épocas conocían ,entendía y trataba de sanar todos los órganos ojos riñones vesículas,roturas.En fin la medicina le debe mucho a los médicos rurales.
ResponderEliminarUn saludo
Tienes razón José, en mi relato trataba de reflejar ese talante a veces multidisciplinar de los médicos de antaño y, de alguno de los de ahora. No sé si lo he logrado. Abrazos ;-)
ResponderEliminarESOS PERSONAJES ERAN VERDADEROS SABIOS, LA PRÁCTICA LOS LLEVABA A TODOS LOS CONOCIMIENTOS DEL CUERPO, Y A VECES DEL ALMA, ERAN ÉPOCAS EN DONDE NO EXISTÍAN LOS ESPECIALISTAS, HABÍA QUE SABER DE TODAS LAS ESPECIALIDADES, Y LO MAS IMPORTANTE, ES QUE SIEMPRE ESTABAN.
ResponderEliminarMUY HERMOSO Y MERECIDO HOMENAJE A DON MATIAS.
ABRAZOS
La estatua que dice Fosi en Potes está muy lograda. Y en la pelicula de Garci "El abuelo" hay un papel de el medico rural precioso.
ResponderEliminarBonita entrada Carzum, esperamos la continuación.
Un abrazo.
Ahora dudo si era en la del abuelo o en otra de Garci, que alguien nos saque de la duda.
ResponderEliminarGracias Abuela, me alegro de que le haya gustado el relato, sin duda y, en general, eran grandes sabios, aunque la tradición habla también de algún que otro matasanos... pero bueno, garbanzos negros hubo y hay en todas las ollas. Abrazos ;-)
ResponderEliminarHola Tejón, jeje, pues yo también dudo, tampoco tengo claro que sea en el Abuelo, lo cierto es que soy bastante despistada con las películas, no tengo muy buena memoria. En todo caso, Garci, desde mi punto de vista, construye muy bien los personajes, así pues es muy posible. A ver si algún cinéfilo nos saca de la duda... Abrazos ;-)
Mi muy estimada Carzum ,si lo has explicado perfectamente y el relato es muy bueno,si algo se te quedó en el tintero para eso esta la segunda anunciada.
ResponderEliminarUn abrazo
jeje, sí, ayer llegué muy tarde... Hoy, sin falta, va la segunda parte, no os hago esperar más. Gracias José. Abrazos ;-)
ResponderEliminarLo cierto es que los que vivimos en la ciudad... en ocasiones echamos mucho mucho de menos esa tranquilidad y humanidad que se respira en los pueblecitos... Y la verdad qeu la vida de medico cde pueblo debe de ser expectacularment apetecible...
ResponderEliminarun beso
Hola Carlos, gracias por la visita, sí, creo que ya te he dicho en alguna ocasión que yo para desconectar me voy a la ciudad... Es lo que tiene...
ResponderEliminarMira, igual un día podíamos intercambiarnos, yo me voy allí unos días con las azafatas y los ejecutivos agresivos y tú te vienes aquí a disfrutar del campo, de las ovejas, los bisontes y del silencio... jeje. Abrazos ;-)
Una historia bonita y un homenaje mejor aun.
ResponderEliminarUn gusto conocer tu blog. Saludos de Cris.
Muchas gracias Cris, bienvenida a este pequeño rinconcito de montaña, libre de contaminación. Me alegro de que te haya gustado la historia. ;-)
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