miércoles, 19 de mayo de 2010

Por fin completé la I Escena....



Ante todo pediros disculpas, ya sabéis que voy escribiendo a ratucos, en función del tiempo y la inspiración, por eso os voy dando las historias en pequeños fragmentos. No obstante, la primera escena de este relato ya está completa, así pues para no volveros locos con los links, os recopilo todo lo publicado hasta el momento.


Martín se despertó sobresaltado al oír la voz apremiante de su padre. De un brinco, abandonó el viejo jergón de paja que compartía con sus dos hermanos pequeños, Hernán de 8 años, y Simón, de 6. Él ya contaba doce primaveras y llevaba tres ayudando a su padre en el taller.

Aún no había amanecido, ni un triste reflejo por la estrecha ventana del cuarto. La cortina de saco que separaba su cama de la de sus padres continúaba echada. Su madre, Isabel, no se había levantado. Rehusó encender el candil para no despertar a los pequeños. No había peligro de tropezar con nada. El mobiliario de la habitación se reducía a un pequeño baúl junto a la puerta, en el que guardaban sus escasas pertenencias: algunas camisas, jubones y viejos calzones raídos.

Se abrochó el cinturón de cuero, que su tío Sebastián, el curtidor, le regalase hacía ya cuatro años. Por suerte, su tío pensó en un regalo que le sirviese de por vida y, pese a haber aumentado considerablemente su talla, aún le seguían sobrando unos cuantos agujeros.

Se disponía a bajar la escalera de pie, hecha de madera de roble, que conducía a la planta baja ,cuando escuchó la voz susurrante de su madre.
"Martín, hijo, no olvides ordeñar a la vaca"
"Sí, madre, descuide, ya me ocupo".

Fue descendiendo peldaño a peldaño la escalera, a tientas, procurando no hacer ruido, hincando el pie en cada pezado de tronco y agarrándose bien a ambos estremos. Acostumbraba a levantarse antes que sus hermanos. Así pues, era capaz de bajar los quince toscos peldaños de la escalera, sin que apenas se oyese un leve crujido.

Posó sus pies en el suelo de arena de la planta baja. Tomó el candil que había sobre un tocón junto a la escalera. Guiado por la escasa luz del rescoldo de la noche anterior, se acercó hasta la chimenea y lo encendió.

En el puchero de barro, con el culo quemado de tantos guisos, aún quedaban restos de la cena, unas gachas, a base de leche, harina y agua. No tenían muy buen aspecto, así que, Martín cogió un mendrugo de pan duro y lo dejó sobre la basta mesa de madera que ocupaba el centro de la estancia.

A un lado, separada por un pequeño tabique, la vaca Margarita rumiaba ufana la hierba que Martín Padre, le había dejado en el pesebre antes de encerrarse en su taller. Martín Hijo, se acercó a ella, cogió la cubeta de zinc y la banqueta y se sentó a ordeñarla con paciencia. Acarició su lomo y, poco a poco, fue tirando de la ubre, suave pero firmemente. Le encantaba el repiqueteo de la leche templada, recién salida del animal, al chocar contra el metal.


Acabó de ordeñar, cogió una escudilla, la llenó de leche y fue desmenuzando el mendrugo de pan, hasta conseguir unas jugosas sopas. Su madre siempre le decía que un buen desayuno es fundamental para sobrellevar las tareas diarias. Por desgracia, no siempre había contado con el mendrugo de pan duro ni la vaca llevaba tanto tiempo en la familia, apenas un par de años, desde que su padre comenzó a trabajar en la obra de la iglesia.

Saboreó las sopas de leche, rebañando hasta la última gota, se asomó a la puerta principal, comenzaba a amanecer y las gallinas picoteaban unas hojas de col. Seguramente su padre las había soltado al levantarse, para que campasen a sus anchas por el corral. Separado por una pequeña empalizada, el huerto, en el que su madre había conseguido cultivar algunos nabos, calabazas, ajos e incluso guisantes. En una esquina, junto a la casa de adobe y piedra, un manzano y un ciruelo, completaban el entorno hortofructícula de la familia.

Todavía le quedaba una tarea por hacer antes de acudir al taller. Caminó hasta el estrecho pozo de piedra con brocal de una sola pieza, que había junto al huerto. Aún recordaba aquella ocasión en que siendo niño su padre le ató con una cuerda y lentamente le fue bajando para limpiar el fondo. Ahora sería imposible repetirlo, puesto que su cuerpo adolescente ya no cabía por el brocal.

Pero cada vez que se acercaba al pozo, recordaba aquella sensación  de inquietud, de vértigo, de opresión, al ir descendiendo por la pared de piedra. Fue divertido en su momento. En su niñez lo entendió casi como un juego, con premio final, puesto que logró rescatar del fango una vieja vasija de barro, que aún guardaba como un tesoro.

Dejó a un lado aquellas imágenes y se concentró en amarrar bien la cuerda de esparto, fue tirando de ella hasta sacar un cubo de agua, que dejó en la cocina, junto a la chimenea, para evitar a su madre el trabajo.

Completada la faena, recorrió los escasos pasos que separaban la casa familiar del taller de su padre. A punto estaba de entrar, cuando escuchó un fuerte golpeteó en la puerta principal. Alguien llamaba con insistencia al taller. Se detuvo y se quedó agazapado escuchando...



14 comentarios:

  1. Me has dejado con muchas ganas de saber más, Carzum...Con tantas intrigas acabaréis conmigo entre todos ;)

    Me está gustando. Un abrazo

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  2. Jubones, baules y candiles... Me encanta ese sabor antiguo, sin artificio. Pero madame, en menudo punto interrumpe usted! Temo que ese golpeteo tenga todas las razones del mundo para ser apremiante.
    Aguardamos a saber de qué se trata.

    Feliz tarde

    Bisous

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  3. Gracias, Almalaraire, me alegro mucho de que te haya gustado ;-)



    Jeje, gracias Madame, no soy yo quien interrumpe, sino la inspiración y el tiempo, pero bueno, poco a poco todo va llegando...;-)

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  4. Me gusta mucho, Carzum. Tiene sabor, textura. Sabe a pueblo. Espero que te llegue el tiempo (la inspiración no lo dudo)

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  5. Pues yo no pienso decir ni "mu" hasta que no lo acabes.

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  6. Estimada este comentario huele pero que muy bien y se lee aun mejor, quedando transportado a la vuelta del tiempo con esos hermosos útiles que nos traes en tu narración.

    Creo que seria mejor decir riquezas de vivir en un pueblo de montaña, disfrutando de la naturaleza plena sin aditivos sin contaminaciones ni carreras eso si se parece mas al edén

    La inspiración está dentro de tu ser y entorno,no seas modesta o es que te llamas Modesta?

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  7. Gracias, Xibelius, viniendo de ti es todo un honor. ;-) Y sí espero que llegue la inspiración, por cierto, ¿pasó por allí el coche google? Me quedé con la intriga.


    Jeje, me parece muy bien Tejón, hasta el final nada, me quedo yo también con la intriga.



    Gracias, José, me alegro de que el relato te huela tan bien y te traiga gratos recuerdos.;-)

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  8. CARZUM ESTO PINTA MUY LINDO, SIGUE, QUIERO SABER QUIEN LLAMA A LA PUERTA ¡¡¡
    ABRAZOS AMIGA

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  9. Repiqueteo yo en tu musa para que te eche un poco más de inspiración, para que no te detengas justo ahí. Muy rico Carzum, voy a hacerme unas sopas de leche para pasar el tiempo.....

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  10. Gracias, Abuela, me alegro de que le guste ;-) Espero que más pronto que tarde podamos descubrir quién llama a la puerta...;-)


    Umm, no sé yo Marce, si nuestro estómago actual soportaría esas sopas... el mío seguro que no, porque hace siglos que no tomo leche "casera", es decir, de ir a comprarla a la lechería y eso jeje.;-)

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  11. Como ya me habeis acostumbrado a lo de las entregas pues ya no digo nada,bueno si,¡me esta gustando mucho!.
    Un saludo.

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  12. Gracias, Fosi, ¿te llegó el enlace de San Glorio, verdad? ;-)

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  13. por fin esto continua
    genial

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